Chapter 2: The value of appreciation

Publicado el 4 de octubre de 2024, 17:43

Capítulo 2: El valor del aprecio

Me preguntaron si había criticado o apreciado verbalmente a alguien en aquellos días. Me quedé sorprendida: no estaba segura. Quizá en mi propia cabeza había juzgado a alguien -incluso posiblemente a mí misma-, pero no podía recordarlo con facilidad.

Recordé que había comenzado la semana anterior hablando con mi familia y que tuvimos una charla sobre si debería irme o no a Madrid por unos días para olvidar mis problemas y encontrarme a mí misma. O para perderme. Tampoco estaba segura de eso. Recordé haber dado las gracias a mi padre y su mujer por permitirme irme de sábado a lunes, con unos días de margen, sin juzgarme. Quizá eso contaba como apreciar. Puede que mis padres pensaran como Carnegie y que decidieran que premiarme -en este caso, apoyarme- era mucho más efectivo que castigarme -en este caso, impedírmelo-.

No era consciente del refuerzo positivo que mis padres me habían entregado hasta que me preguntaron. Y entonces volví mentalmente en el tiempo y comencé a analizar cada una de las interacciones que recordaba de esa misma semana.

Tan solo recordé criticar una vez, a un conductor de un Volkswagen blanco que, debido a un comportamiento muy temerario, casi provoca un accidente de tráfico justo delante de mí en mi camino a la universidad. Recordé cómo me sentía. Estaba furiosa, porque llegaba tarde; asustada, porque casi presencio un accidente grave en primera persona y cansada, porque había sido un día largo. Definitivamente, le dije, aunque en la soledad de mi coche, muchas cosas de las que no me sentí orgullosa. No se me ocurrió en ningún momento ningún pensamiento positivo. Fue, solo tras cuestionármelo adrede, cuando me di cuenta de que me había dejado llevar por un mal humor y que no me había gustado el resultado.

Hurgando en los recuerdos del pasado cercano, esa misma semana aprecié a alguien. A alguien a quien no debía apreciar. A una persona que debía haber olvidado hace meses. Pero no pude evitarlo. Tampoco me sentí orgullosa de ello, pero a veces no soy capaz de controlarlo todo. Los sentimientos son complicados. ¿Quizá debería arrepentirme de haberle apreciado, sobre todo porque no fue correspondido? Volviendo a Dale Carnegie, es bonito perdonar y comprender. En aquel momento, tras reflexionar en profundidad, me perdoné a mí misma. No debía sentirme culpable por apreciar a una persona, aunque no mereciese mi amor.

Y justo unos días más tardes, también aquella semana, había sentido un eterno agradecimiento a un desconocido de Madrid, cuando me ayudó con las maletas en el metro. Me alegró mucho verbalizar mis sentimientos. Le deseé un buen día tras darle las gracias y, de corazón, esperé que le fuera muy bien. Paul Harvey hizo referencia una vez en un episodio de “The Rest of the Story” la importancia de decir palabras agradables a las personas. Un simple acto de agradecimiento puede cambiar la vida de alguien. Me puse a reflexionar sobre ello y se me encogió el corazón. Pensé también en el caso contrario, cuando una sola palabra puede herir tanto a alguien que puede decidir acabar con su vida. En aquel momento, ciertamente se me compungió el pecho.

El poder de las palabras es incesable. Podemos hacer el bien y podemos hacer el mal. Podemos cambiar la vida de las personas con las que interactuamos solo por la forma en la que interactuamos. Sin ir más lejos, recordé, aún con el nudo en el pecho, los numerosos estudios realizados por organizaciones de referencia, como la OMS, que demostraban que las palabras y la manera de decirlas podían influir tanto en una persona que el suicidio se convertía en una opción más cercana que inevitable.

Con un poco de miedo en el cuerpo, puse punto y final a mi respuesta. No recordaba todas las interacciones de aquella semana, pero sí las suficientes para entender cuánto poder tienen las palabras y comprender mejor cómo relacionarme. Concluí mentalmente, apagando el ordenador, que comenzaría a valorar las palabras, tanto las que yo decía como las que recibía, y sobre todo en aquellas situaciones tensas que podrían cambiar la vida de alguien. Si las palabras tienen ese tremendo poder, lo mejor sería utilizarlas a mi favor y con la única intención de comunicar sin dañar a nadie.

 

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios

Crea tu propia página web con Webador