Chapter 3: The marshmallow challenge

Publicado el 10 de octubre de 2024, 14:41

Chapter 3: The marshmallow challenge

Nunca me había planteado la importancia de aquello que estaba haciendo. Estaba emprendiendo. Estaba montando mi propia empresa. Era algo increíble, aunque bastante complicado. Cuando comencé, si bien es cierto que desempeñé todas las funciones relativas a los roles yo sola, eché de menos la compañía de un socio o los consejos de un asesor. Era mi propia líder y coordinaba mi proyecto personal, me asignaba mis propias tareas y organizaba todo el papeleo. Era intenso, definitivamente el rol más duro que había adoptado, pero el más importante, a mi parecer. También era mi propia estratega, autocontratada para establecer los objetivos, las metas y prevenir los problemas que podría darme mi propia empresa, la competencia y las inclemencias del nicho.

Esa faceta de mí construía el puzle mental para luego llevarlo, mediante instrucciones claras, a un plano más físico y real. Estaba orgullosa de mí misma, ya que era la productora de mi propia futura empresa. Yo imaginaba, yo creaba y yo ejecutaba. Yo lo volvía real. En aquel momento, como no tenía empleados y aún se trataba de un proyecto bastante intangible, mis funciones eran muchas -quizá, demasiadas-. Entre ellas, también se encontraba la gestión del tiempo y la comunicación. Quizá esta segunda era mi favorita, ya que, junto a la primera, conseguían que todas mis tareas fueran ejecutadas a tiempo y en sintonía. No tenía con quién comunicarme, estaba más bien sola; pero la comunicación con una misma también podía resolver los problemas del proyecto.

Me parecía esencial desarrollar una estrategia para visualizar el producto final. Comencé por organizar las ideas y establecer los objetivos. Mi estrategia se basaba en demostrar la viabilidad de mi producto. Tenía muchas ganas de mostrarlo al mundo, de que gustara, de que impactase. Sin embargo, era complicado plasmar las ideas con la concreción que requerían. Visualizar el producto final era esencial para motivar a mi equipo -en aquel caso, aún estaba totalmente sola en el proyecto-, para dirigir correctamente todos los esfuerzos a una misma y más principal meta. Todo era posible con la organización adecuada, aunque no pudiese repartir el trabajo como me hubiera gustado. No obstante, existían los obstáculos y no tardé en darme cuenta de su presencia.

Era muy difícil motivarme a mí misma de la misma manera que querría que me hubiera motivado un auténtico líder. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que, quizá y solo quizá, yo no era la líder ideal. Sabía coordinar, me encantaba organizarme y seguir mi propio ritmo, pero no sabía darme órdenes. No sabía motivarme. No tenía madera de líder. Debía conseguir uno lo antes posible. Además, trabar completamente sola complicaba mis planes, ya que no tenía el tiempo que hubiera podido tener si hubiera formado parte un equipo y se hubieran repartido las tareas. Eché de menos tener a alguien para ayudarme a dirigir mi proyecto y quizá ese fue el desafío más relevante que tuve que superar.

Me dejé llevar por la imaginación por unos instantes y conseguí visualizar un equipo, completo, con su líder, estratega, productor y gestor -me vi a mí misma como la coordinadora de comunicación general, pues quizá podría ser mi mayor aportación al proyecto-. Pensé en cómo el líder me ayudaría a gestionar la comunicación grupal, a pesar de ser mi tarea esencial. Quizá estableceríamos unas normas básicas para relacionarnos mejor. Es posible, incluso, que sugiriéramos, en algún punto, asertividad por parte de todos. Y respeto. Sí, definitivamente habríamos hecho eso. Pero no, porque estaba sola. No había un equipo con el que compartir ideas o debatir las estrategias.

Me dio un giro el corazón: no sabría cómo podría llevar a cabo el proyecto yo sola sin un líder que me guiara, ya que yo, a pesar de mis esfuerzos, nunca había tenido experiencia ni madera para ello.

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