
Capítulo 5: Kanban
Coloqué la última tarjeta en su lugar. La verdad era que mi experiencia con el método Kanban siempre había sido muy satisfactoria. La usaba desde que iba al instituto para ordenar mi cabeza y organizar mis deberes. Me parecía una forma muy visual de contemplar el todo y motivarme a realizar las tareas.
Pero no siempre era tan manual. En realidad, la mayor parte de las veces me dejaba llevar por la utilidad de la tecnología y usaba las vistas de tablero de Notion -que para mí era como un Kanban puramente digital-; sin embargo, aquella vez me sentía inspirada y utilicé un corcho con pequeños papeles cuadrados y bolígrafos de colores.
A pesar de no presumir de una vena artística demasiado latente, siempre notaba presente, al organizar mis tareas de aquella forma, una intensa creatividad que tiraba de mí con fuerza.
La tarjeta con las palabras “Manual de marca” destacaba en una de las columnas del centro. Me gustaba colocar un papel de otro color para concentrarme en las tareas “En proceso”. Además, los colores que elegí me encantaban. Consideraba que aquello era algo de lo que no se hablaba demasiado: cuando algo es bonito y atractivo, las personas tendemos a mirarlo más a menudo. Nos cuesta apartar la mirada de aquello que nos parece hermoso.
La organización de tareas era esencial para el proyecto. Tenía que preparar la newsletter y organizar el sorteo, pero eso sería más adelante. En aquel instante, debía centrar toda mi atención en terminar el manual de marca. Las columnas de la derecha, llamadas “Revisar” y “Hecho” me generaban mucha satisfacción personal. Se trataba de las tareas terminadas -o casi terminadas- e iba quitando las tarjetas cuando había más de tres, para no sobrecargar el muro de corcho.
De esta manera funcionaba mi cabeza. O al menos, la mayoría del tiempo.

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